lunes, 21 de enero de 2013

Capítulo 27: INVOLUCIÓN

Portada de la primera edición.

Desempolvando mi estantería virtual me he reencontrado con este clásico de la ciencia-ficción titulado El mundo sumergido (The Drowned World, 1962), el debut novelístico de J. G. Ballard. Su principal valor, amén de la imaginación propia del género, es su cualidad de pertenecer a la "literatura de las ideas" que define las grandes obras de la llamada Edad de oro de la sci-fi. Prima, por encima de todo, una premisa potente, una posibilidad futura, que el autor -y aquí se gana sus laureles- desarrolla de manera sólida hasta una inquietante conclusión. En fin, como deben ser los clásicos.

Ballard, muy conocido por obras posteriores como Crash y sobre todo El Imperio del Sol (ambas llevadas al cine), propone aquí un panorama mundial en el que la civilización avanza a toda velocidad hacia un final inevitable, marcado por el deshielo total de los polos. Toda la zona entre los trópicos se ha vuelto inhabitable, una sartén, y las regiones inmediatamente al norte y al sur están llenándose de gigantescas selvas que crecen de manera incontrolada por el aumento de las temperaturas. En ellas proliferan reptiles gigantescos, como si el mundo entero volviese a ser tal como era en el Triásico. Los seres humanos emigran poco a poco hacia los antiguos polos, aunque los más avispados se lo montan a base de explorar las viejas ciudades, ahora sumergidas en frondosos pantanos tropicales.

J. G. Ballard

Lo más interesante es que aquí la ciencia-ficción funciona hacia atrás, con una involución de la humanidad en lugar de un avance lógico de la misma. Incluso los seres humanos que sobreviven en este entorno parecen volverse taciturnos y salvajes, presas del instinto, como si en algún punto estuviesen a punto de descender en la categoría de los primates superiores.

¿Ciencia-ficción ecológica? Puede que sí, quizá conduciendo de manera directa hacia la posterior Dune, de Frank Herbert. Con todo, la diferencia entre ambas obras (paisajes secos o inundados aparte), se encuentra en el hecho de que los habitantes de Dune evolucionan, avanzan, en una simbiosis entre la humanidad y el desierto, mientras que en El mundo sumergido la naturaleza desbocada gana la partida de manera aplastante. Dudo que una novela tan "de culto" como esta (con "de culto" me refiero a "excelente pero, por desgracia, poco conocida") llegase a ser un referente en los tiempos en que estalló la alarma con la capa de ozono, y tampoco recuerdo que la mencionaran cuando se hizo patente  la incómoda verdad del cambio climático.

 Portada de la edición en español, en tapa dura.

J. G. Ballard concibió su obra sin que los grandes males ecológicos de nuestro tiempo tuviesen el actual protagonismo, y aun así llega a la conclusión de que no hay escape posible cuando los mecanismos naturales se ponen en marcha. Igual es que la gente de hoy, tan dada al optimismo contra viento y marea, tiene miedo a leer cosas así...

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