domingo, 18 de marzo de 2012

Capítulo 24: LA TRASTIENDA DE J.R.R. TOLKIEN (II)


Considerando que hace tiempo realicé una entrada con título igual a esta, y en vista de que últimamente ha salido a colación el tema de las "fuentes" de Tolkien, me he decidido a dar mi modesta opinión sobre el caso. Sé bien que José Miguel es un buen conocedor de la obra de este autor, aunque me permitiré añadir algunos detalles que conozco de fuentes fiables, como la serie de publicaciones a cargo de Christopher Tolkien que llevan el título de Historia de la Tierra Media e Historia de El Señor de los Anillos, y de la versión anotada de El Hobbit, con comentarios críticos muy exhaustivos de Douglas A. Anderson.

Alberich, por Maxfield Parrish.

Es cierto que tanto el ciclo de los Nibelungos como El Señor de los Anillos tienen como origen común la mitología nórdica europea, aunque el parecido entre una obra y otra es bastante más vago de lo que podría parecer en un primer vistazo. Es cierto que hay un anillo tentador de por medio, y también está ese personaje encorvado y huraño al que la vida le ha dado demasiados palos, Alberich en la saga de los Nibelungos, Gollum en las obras de Tolkien; pero seguramente los paralelismos no vayan mucho más allá, y el personaje no deja de ser un arquetipo relativamente común en el mundo literario. Por supuesto, debo entrar en detalles.

Mientras que el ciclo épico de Sigrfrido y los dioses del Valhalla posee una naturaleza rabiosamente pagana basada en los mitos griegos y romanos (de ahí la admiración de Friedrich Nietzsche y el propio Richard Wagner, metido a cristiano más bien hacia el final de su vida), la mitología tolkiana viene de más atrás, entroncando con las sagas de Islandia y, lejanamente, con el ciclo artúrico. Además, toda la obra de Tolkien posee una visible lectura como alegoría cristiana, católica incluso, tal y como era lógico en el caso de un autor tan profundamente devoto. Si no me equivoco, Christopher Tolkien no llega casi nunca a confirmar esta lectura entre líneas, pero sí que admite su plausibilidad más como fruto inconsciente de la psique de su padre que como un acto deliberado. Ahí radica otra de las diferencias, el fuerte carácter amoroso y pasional del Cantar de los Nibelungos frente al amor ingenuo, limpio y escaso de El Señor de los Anillos.

-Sigfrido, dime algo bonito.
-Con los dedos de las manos, los dedos de los pies, los c... y la p... todos suman veintitrés.

Como todos sabemos, El Señor de los Anillos no es más que la punta del iceberg en la obra de su autor. Desde que sirviese en el ejército durante la 1ª Guerra Mundial, Tolkien anduvo dando pinceladas a su mitología personal en forma de largos poemas épicos, casi como si quisiera dotar a Gran Bretaña de un pasado mítico que, dentro de lo meramente historiográfico, no llega mucho más allá de la tradición celta y las andanzas de su panteón. Todos estos poemas fueron preparados para su edición por parte de Allen & Unwin, aunque el éxito de la muy accesible El Hobbit (ambientada prácticamente por casualidad en el mismo universo ficticio de sus poemas "serios") los hizo recelar de aquellos mamotretos en verso, en favor de una posible secuela de la historia de Bilbo, que al final dio origen a El Señor de los Anillos muchos años después. Al morir Tolkien, su hijo recopiló las versiones en prosa de estas historias y vieron la luz con el nombre de El Silmarillion. A partir de este punto, aconsejo dejar de leer a quienes no quieran conocer detalles del argumento.

Morgoth se enfrenta a un patriarca elfo en esta ilustración de John Howe.

Desde el principio de El Silmarillion queda claro que es algo así como un Antiguo Testamento bíblico a la medida de su autor; la historia de la creación del universo por parte de una divinidad única, y de la posterior lucha de un panteón inmediatamente inferior por su control. Hubo entre estos semidioses un ángel caído, Melkor (Morgoth), que construyó su propio infierno y tentó a los hijos de la divinidad única, los elfos, para que se machacasen entre ellos durante milenios a causa de terribles juramentos fruto de la codicia y el orgullo, hasta que uno de ellos tuvo la feliz idea de hacer lo que todos debieron haber hecho antes de entrar en conflicto con la divinidad y ser expulsados de su paraíso terrenal, las tierras más allá del mar. Este individuo, Eärendil, simplemente pidió perdón en nombre de su raza, y el perdón le fue concedido. De algún modo, Eärendil es una mezcla de Noé, Abraham y otros tantos patriarcas de la antigüedad remota judeocristiana.

Eärendil llega a Valinor, en una ilustración de Ted Nasmith.

El Señor de los Anillos, por su parte, es más bien como un Nuevo Testamento en el que Frodo viene a ser una mezcla entre Jesús y cualquier teórico buen cristiano: pese a que se siente tentado constantemente por el mal, carga con el terrible peso del pecado sobre sus hombros y está dispuesto a dar su vida para hacerlo desaparecer, como hizo Eärendil en su momento, estableciendo de paso una nueva alianza entre los mortales y la divinidad, como en la Biblia hizo Cristo tras haberlo hecho mucho antes Noé. El camino de Frodo, un ser humilde y frágil, es de algún modo su personal vía crucis por la salvación de sus semejantes. Otros personajes también tienen rasgos propios de Cristo, sobre todo el "resucitado" Gandalf que vuelve del otro mundo con fuerzas renovadas, con un aura místico-religiosa evidente.

Frodo y Gandalf salen a la puerta a fumar en una ilustración de Alan Lee.

Llegados a este punto, creo que solo resta comentar algo del anillo, del objeto en sí cuya mera mención parece ligar ambas obras. Pienso que sucede algo parecido con cualquier tipo de objeto mágico del acervo literario tradicional, que a lo largo de los siglos se convierte en varios, o varios objetos se "resumen" en uno. Por ejemplo, pensemos en el famoso Grial del ciclo artúrico, que en su origen debía ser una especie de cornucopia o piedra mágica/druídica del mundo pagano, y que en la Baja Edad Media se cristianizó, pasando a ser la copa utilizada para bendecir el vino de la Última Cena, a la que el boca a boca ha terminado por convertir en una reliquia con poderes curativos, y últimamente en una metáfora de todo ese asunto de la diosa madre primigenia. El anillo seguramente era un objeto mágico recurrente de los cuentecillos nórdicos, al ser desde siempre un símbolo de poder propio de nobles y clérigos, y Tolkien lo incluyó en El Hobbit como una más de las herramientas mágicas (estaba también la espada Dardo) que ayudarían a Bilbo a lograr sus objetivos y, de paso, a facilitar el progreso de la trama. Creo que Tolkien tuvo que estrujarse el cerebro hasta caer en la cuenta de que, precisamente por esa carga mágica propia del anillo (y ahí sí admito la influencia de los Nibelungos), ese objeto y no otro sería el pretexto perfecto para la secuela de su best-seller.

Richard Wagner y John Ronald Reuel Tolkien, parecidos pero no tanto.

En resumen, y pidiendo perdón por la tremenda parrafada, creo que el parecido entre el Cantar de los Nibelungos y El Señor de los Anillos es meramente casual más allá del carácter épico, grandilocuente y mágico de las dos obras, y más allá de la presencia de un poderoso anillo en ambas. En cuanto al asunto de Alberich y Gollum, yo apostaría o bien por una pura casualidad, o bien por una influencia mínima y difícil de rastrear. Lo que sí es cierto es que, a raíz del éxito de las películas de Peter Jackson, el mundo de la música clásica quiso aprovechar el filón exagerando las relaciones tolkiano-wagnerianas. Seguiremos hablando de Tolkien en otra ocasión.

2 comentarios:

  1. Mmm.. no digo que no, quizás se deba a que soy ateo y me repugna la religión fuera de la mitología y la fantasía pero por mucho que leo o veo la obra de Tolkien no veo catolicismo pr ningún lado. En el Silmarillion habla de la creación del mundo y del dios supremo pero vamos de cualquier religión y no me recuerda a la cristiana, me recuerda más a otra mitologías. [El conde] ¿y esa frase de los dedos?, jaja, que mal ha hecho el Informal ¿o ha sido para bien?.

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  2. Ya decía que lo del catolicismo está en una capa muy profunda, pero está ahí. No es a nivel de la trama, claro, sino más bien en los conceptos generales que se manejan (pecado, redención mediante el sacrificio, tentación, ángeles caídos, etc.). Insisto en que Tolkien seguramente no lo hizo adrede, sino que se le fue colando todo como consecuencia inevitable de su fuerte catolicismo; por eso entiendo que no todo el mundo esté de acuerdo con este punto de vista. Y lo del chiste del Informal... es que el Sigfrido de esa ilustración me ha parecido tan gañan (y la imagen tan kitsch) que no he podido evitarlo. Considéralo un toque de humor de sal gruesa.

    Un saludo.

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