lunes, 7 de noviembre de 2011

MARCIAL LAFUENTE ESTEFANÍA


Tras haber sido plagiadas en México en 2007, las novelas de este ingeniero de caminos dedicado a escribir, son ahora reeditadas con portadas serias por diversas editoriales. Y eso que pueden encontrarse a 50 céntimos en los chinos. Enrique Jardiel Poncela le dio un consejo «No escribas cosas serias, escribe en broma para que la gente se entretenga, es la única forma de ganar dinero con esto » Y así fue, escribió para entretener a la gente con su estilo particular. Teniendo en cuenta estos consejos creó “La mascota de la pradera” (del oeste), ”Todo un hombre” y PX21 (de aventuras), además de “La reina de Yale” de corte romántico. Las envió a una editorial madrileña y para su sorpresa el editor con palabras de entusiasmo le solicitó que escribiera más novelas del oeste. Con más de 3.000 títulos diferentes, y cincuenta millones de ejemplares vendidos, las novelas de Marcial L. Estefanía constituyen todo un fenómeno editorial con tiradas de hasta cien mil ejemplares allá por los 60. Forman parte además de la memoria colectiva para más de una generación. Los hijos se integraron por completo en la labor emprendida por su padre. La tarea llegó a ser tan estrecha que, años después, los propios autores no conseguían ponerse de acuerdo sobre quién había escrito cada novela. «Buscábamos en la libreta de personajes en las que íbamos añadiendo las historias que le ocurrían a nuestras creaciones, para ver quién había añadido qué». La confusión ante tantos libritos se hacía especialmente delicada en lo referente a los títulos. «Casi, casi, lo más difícil era encontrar un buen título, y que no lo hubiéramos usado ya». El asunto de los títulos dio incluso lugar a algunas anécdotas tan curiosas como la que se produjo un verano, cuando toda la familia veraneaba en Galicia. «Nos llegó una carta urgente de Bruguera. Era una portada, con su ilustración y un título, que habían impreso ya. Nos pedían con urgencia el texto para rellenar las tripas. Mi padre me dijo que ésa me tocaba a mí. Me la escribí en 24 horas sin parar, sin dormir. Jamás repetiría algo así».

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