domingo, 1 de agosto de 2010

Capítulo 12: LA TRASTIENDA DE J.R.R. TOLKIEN (I)


El que John Ronald Reuel Tolkien sea uno de los grandes nombres de la literatura del siglo XX va mucho más allá del éxito de la famosa trilogía cinematográfica sobre El Señor de los Anillos. La de este profesor de literatura en Oxford es la historia de un hombre empeñado en tejer toda una serie de sagas heroicas que trascendiese lo meramente literario para convertirse en una especie de mitología alternativa a la escandinava, la germánica y la islandesa, por citar solamente unas cuantas de sus primas lejanas. Todos conocemos en mayor o menor medida ese mundo que él llamó Arda (la famosa Tierra Media no es sino una región de ésta), poblado de elfos, orcos, enanos, humanos y hobbits, y en el que un misterioso anillo trae de cabeza a unos y otros. Pero no estamos necesariamente al tanto de lo que pasaba por la cabeza de aquel pacífico erudito universitario mientras desplegaba sobre el papel lo que para muchos una simple trama fantástica.

Mapa de Arda. La Tierra Media es el continente de la derecha.

Lo primero que debe tenerse en cuenta es que, por más que El Señor de los Anillos sea universalmente aceptada como la obra cumbre de Tolkien, la más famosa e influyente a nivel popular sin la menor duda, su autor nunca la concibió como tal. Para él, lo verdaderamente importante era una historia muchísimo más amplia que abarcaría toda la historia de su universo, desde su misma creación hasta el momento en que los seres que habitaban en él dejaron de ser muy distintos de los que conocemos en el mundo en que vivimos. Toda esta trastienda tolkiana está básicamente integrada por poemas épicos que el autor venía desarrollando desde su juventud, inspirados en algunos casos por sus propias vivencias, desde los grandes y pequeños viajes que llevó a cabo en sus años de estudiante hasta su experiencia como soldado en la Primera Guerra Mundial y su posterior empleo como docente, lingüista y ensayista especializado. Este corpus literario iba siendo ensamblado lentamente como parte de un solo gran argumento que, a la muerte del escritor en 1973, recopilaría muy acertadamente su hijo Christopher en el libro que hoy conocemos como El Silmarillion. Este libro es la verdadera gran contribución de Tolkien, al menos ante sus ojos, de cara a la historia de la literatura.

Un joven J. R. R. Tolkien.

¿Dónde queda entonces El Señor de los Anillos en la producción literaria de Tolkien? Pues en principio, esta larguísima trilogía fue concebida sencillamente como una secuela más o menos oportunista de su best-seller de 1937, El Hobbit. Animado por su editorial, Allen & Unwin, Tolkien terminó dando su brazo a torcer en sus demandas de una nueva aventura del bonachón y valiente Bilbo Bolsón, reto que al parecer afrontó en principio con cierta desgana. Alguna súbita revelación debió tener el profesor cuando lo que iba a ser otra divertida aventura con dragones y demás se desplegó en su mente como una posibilidad de, como quien no quiere la cosa, entroncar con la colección de poemas que guardaba en algún arcón y escribir lo que venía a ser la conclusión de la epopeya cuasi-bíblica del mundo de Arda y sus pueblos, utilizando como nexo aquel anillo no demasiado importante con el que el bueno de Bilbo salía del atolladero un par de veces en El Hobbit. Efectivamente, El Señor de los Anillos no es sino la conclusión de la mitología de J.R.R. Tolkien, a pesar de que haya quien concibe sus demás escritos como meras "precuelas".

Túrin Turámbar, uno de los personajes más destacados de El Silmarillion.

Quien haya leído El Silmarillion (cosa que recomiendo con todas mis fuerzas) comprobará que la ya bastante compleja urdimbre de tramas de El Señor de los Anillos se convierte aquí prácticamente en la "Biblia" de un mundo que nunca ha existido, pero que bien podría ser el nuestro si atendemos a las altas y bajas pasiones que le otorgan coherencia. Cualquier drama personal de la trilogía toma aquí dimensiones shakespearianas; cualquier refriega es aquí una colosal guerra mundial; cualquier amor es digno aquí de desencadenar la destrucción o la salvación del mundo. Y no olvidemos el trabajo que debió suponer el crear varias lenguas para las criaturas de Arda, idiomas que son incluso utilizables en la práctica por cualquiera, friki o no, que se tome la molestia de aprenderlas.

Las águilas vuelan hacia la ciudad secreta de Gondolin, en El Silmarillion.

Por supuesto, salta a la vista al tener en las manos El Silmarillion que no es una obra especialmente extensa, menos teniendo en cuenta la cantidad de material que manejó Christopher Tolkien para su elaboración. Evidentemente, se trata de un resumen condensadísimo de los poemas del padre, y no habría sido justo que aquellos trabajos quedasen relegados a una simple fuente. Por eso, y pese a las injustas acusaciones de pesetero y aprovechado por parte de algunos indocumentados, Christopher Tolkien ha ido publicando pacientemente todos los manuscritos de su padre tal cual fueron creados, agrupados todos ellos en dos extensas series: Historia de la Tierra Media, publicada en nueve volúmenes, e Historia de El Señor de los Anillos, publicada en cuatro gruesos tomos, todo ello bien lleno de anotaciones, genealogías y gráficos. La primera serie abarca los poemas de Tolkien sobre la mitología antigua de Arda, cuando los elfos y sus deidades convivían en un mundo joven en el que todavía no habían sido creados en sol y la luna, y cuando el villano supremo era Morgoth, El Gran Enemigo, del que Sauron, villano máximo en El Señor de los Anillos, no era sino un vasallo. La segunda serie está concebida sobre todo como una visión pormenorizada del proceso de escritura de la famosa trilogía, incluyendo los borradores descartados de cada capítulo, los problemas que el autor iba encontrándose a la hora de desarrollar la trama, etc.


Ando estos días hojeando -que no leyendo, pues su complejidad es aterradora- El retorno de la sombra, primer tomo de la Historia de El Señor de los Anillos, incitado sobre todo por la fascinación que despierta comprobar los pequeños pasos que dan los genios en la trastienda de su mente mientras, a veces sin pretenderlo, conciben obras que rebasan cualquier expectativa de sus propios autores. Ahora me voy enterando de que Frodo iba a llamarse Bingo, de que aquel primer jinete negro que olfateó a los hobbits en el camino a Bree era el mismísimo Gandalf, de que Aragorn era un hobbit de nombre Trotter, y sobre todo de que Tolkien no tenía ni idea de qué iba a pasar en cada capítulo mientras redactaba el anterior. A ver si se me pega algo.